En ediciones anteriores S.M. el Rey había aceptado que este Premio se entregara bajo su presidencia. En este acto dió un paso más con su presencia, que se ciñó a la función encomendada, pero que en el cóctel celebrado a continuación adquirió una apariencia amistosa, feliz, simpático. Fueron momentos para conversar con muchos de los ilustres presentes: José Bono, presidente del Congreso de los Diputados; Francisco Javier Rojo, presidente del Senado; María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional; José Carlos Divar, presidente del Consejo General del Poder Judicial; Francisco Caamaño, ministro de Justicia; Vicente Alberto Álvarez Areces, presidente del Principado de Asturias; Cándido Conde-Pumpido, fiscal general del Estado; María Luisa Cava, defensora del pueblo; y Landelino Lavilla, presidente del Jurado.
Todas esas personas acompañaron al S.M. el Rey en la mesa presidencial, más José Boada, presidente de PELAYO. Otras 850 personas estaban presentes en el acto, perfectamente identificadas, como exigen los actos de esta naturaleza con presencia del Jefe del Estado. Amigos, familiares, directivos e incluso muchos compañeros del partido en el gobierno. También se encontraba, María Teresa Fernández de la Vega y Tomás Gómez, así como un largo etcétera. Sin olvidar una buena representación, al más alto nivel, de las fuerzas vivas del sector asegurador.
Hay que reconocer que este Premio ha conseguido superar las más ambiciosas expectativas para las que fuera creado. Incluso cabe preguntarse si el mundo de los profesionales del Derecho se sentía tan distanciado de los reconocimientos como para que una pequeña mutua, con 77 años de historia y un gran nombre, que le viene de la calle donde estuvo inicialmente asentada, sea capaz de aglutinar a las fuerzas jurídicas y representativas del Estado en el homenaje a uno de los suyos. A estas alturas, ningún galardón que conceda el sector asegurador puede compararse, ni de lejos, con lo logrado por el Premio Pelayo de Juristas de Reconocido Prestigio, y me gusta recordar que estoy en posesión del único accésit concedido a la prensa.
El tiempo ha marginado la afirmación que en su día hizo un alto ejecutivo de nuestro sector al sostener que había premios más importantes. Ya no en este sector. Es más, sorprende que a pesar de la modestia del Premio, 30.000 euros y una escultura, la Mutua PELAYO organice y consiga año tras año una movilización tan eficaz de altos representantes del Estado. Quizá debido, como dijo José Boada, a que los 16 galardonados “son de una gran valía y han ayudado a desarrollar nuestra sociedad”.
En calidad de presidente del Jurado del Premio, Landelino Lavilla, que sustituye en este cargo al desaparecido Sabino Fernández Campo, realizó la presentación del acto. Citó tres circunstancias sobre el mismo: la atención regía y el alto reconocimiento alcanzado; que él era el sustituto de Fernández Campo, y la elección de Gregorio Peces Barba, por su aportación elevada, sea en su labor doctrinal, en su aplicación de universitario y científico, o sea en la faceta política. “La filosofía política española es tributaria de sus reflexiones”, dijo.
Gregorio Peces Barba agradeció el prestigioso Premio, "que lo recibe por segunda vez un filósofo del Derecho". El primero fue su profesor Joaquín Ruiz – Giménez. “Nunca me cuestioné esta profesión y eso se lo debo a mi padre”, comentó. Y tras repasar sus años de formación, empezando en el Liceo Francés y siguiendo por la Universidad Complutense de Madrid, donde se doctoró en Derecho en 1971, además de su servicio al país desde el socialismo democrático, citó a diversos filósofos para llegar a una última idea, la de la autonomía, defendida por Kant. “La cultura es una forma de buscar compañía, y este Premio consigue plenamente este objetivo”, concluyó. A continuación, S.M. el Rey dio por clausurado el acto.